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Agapito Blanco: «Los simuladores» (Revista Realidad)

Hace algunos años y en ocasión de múltiples reclamos por inconvenientes y molestias, por incumplimiento de algunos constructores a las normas y reglamentos de edificación, los vecinos sufrían y padecían a lo largo de la ejecución de las obras.

Las denuncias promovieron inspecciones, multas e incluso paralizaciones temporales de obra, que solo lograban resultados espasmódicos y coyunturales, sin soluciones efectivas ni concientización alguna.

Fue entonces cuando un concejal rápido de reflejos, anuncio la presentación de un proyecto de ordenanza, en donde prometía penas y sanciones durísimas a los responsables de las construcciones denunciadas, que además se sumarian a las ya tipificadas en el Código Municipal de Faltas.

Apercibimientos, suspensiones e inhabilitación definitiva para los profesionales en el uso de la firma para trámites de obra en el ámbito de la ciudad, formaban parte de las penalidades previstas en el proyecto.

La ordenanza se aprobó, los titulares de los diarios dieron cuenta del asunto, los vecinos aplacaron su ira y el inconsciente colectivo creyó que algo se había hecho.

Pero nada cambió! Como dicen los comunicadores, “es más fácil engañar, que explicar el engaño” con lo cual, un buen titulo inhibe el interés de la mayoría por conocer el enunciado y mucho menos por la letra chica.

Es así como una suspensión necesitaba siete apercibimientos y una inhabilitación reiteradas suspensiones sin especificar cantidad.

Desde la sanción de la ordenanza hace 6 años, no solo no se resolvió el problema, sino que además, no existe siquiera una sanción a los conocidos de siempre.

Esta pequeña pero multiplicada historia, pone de manifiesto cómo se estructura el permanente estado de simulación, con que la política argentina presenta sus ideas y proyectos. Una escenificación continua en donde la solución pasa a ser solo un cartel luminoso y el trabajo y su resultado, no es más que una insinuación carente de contenido efectivo.

Leyes impracticables, ordenanzas sin reglamentar, anuncios incontrastables en el sur de supuestas obras en el norte, hospitales, acueductos, rutas y caminos inaugurados 5 veces y escuelas que solo existen en un cartel; forman parte de la obscena grandilocuencia con la que, una gran y ruidosa mayoría de políticos y funcionarios de variopinta pertenencia, construyen y ficcionan su imagen.

El enorme daño que estas recurrentes prácticas producen a la democracia, solo son posibles por la evidente miopía cultural que nos atraviesa y por la negación y el desinterés por lo público de quienes ven al Estado como un señor que vive en otro barrio.

Probablemente para quienes mostramos interés por estas letras, nada de lo aquí vertido sea una novedad, pero decir que “el estado somos todos” carece de significado si no hacemos un esfuerzo por convencer a los demás sobre la necesidad de involucrarnos, ocupar los lugares y entender a la política como una herramienta extraordinaria y capaz de transformar incluso, los contextos más trágicos.

No alcanza con saber o exclamar lo que hay que hacer. La realidad nos indica que a pesar de eso, las cosas no pasan, no ocurren, nos quedamos en el titulo y permitimos que otros desarrollen el enunciado.

La política es el arte de lo posible, pero somos los hombres quienes la convertimos en virtuosa o destrozamos su significado más puro. Nuestro país necesita más y mejor política. Interpretada por mejores personas; honestas, éticas y dispuestas a dar la pelea contra molinos de viento, que parecen gigantes, pero en realidad, solo son grandes simuladores.

Fuente: Revista Realidad. Volumen 23. Fundación Nuevas Generaciones.